lunes, 21 de abril de 2008 0 comentarios

AQUELLOS DÍAS DIFÍCILES (Fragmento)

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EL ULTIMO MANDINGO


DE SU VITALIDAD LEGENDARIA SE TEJEN TODA SUERTE DE HISTORIAS QUE EL SOBRELLEVA CON HUMOR, LO CUAL NO LE IMPIDE MANTENER LA INCOGNITA DE SU SECRETO MEJOR GUARDADO

La cacería de negros duró más de doscientos cincuenta años desde 1.600. Hasta mediados del pasado siglo, barcos de piratas insaciables y traficantes sin escrúpulos asolaron las costas de África Occidental, penetrando en Senegal, Guinea Bissau, Zambia, Sierra Leona, Costa de Marfil, Ghana, Nigeria y Angola, cuando apenas eran esbozos de naciones organizadas. Pueblos enteros que habitaban a lo largo de los ríos y en las sabanas que hacían parte del Gran Imperio Malí, fueron diezmados por bucaneros Ingleses, buhoneros Españoles, piratas Portugueses, corsarios Alemanes y filibusteros de Holanda, quienes comerciaban de todo pero fundamentalmente hombres, ya fueran Ashantis, Fautis, Yorubas, Ibos, Walofs, Fulanis o Mandingos los cuales eran traídos al otro lado del mundo, a un mundo nuevo de tierras feraces donde la justicia era virgen y la codicia sin límite marcaría un hito insuperable en la historia. Cuando lograban sobreponerse a la travesía del Atlántico los negros eran vendidos en los principales puertos de América: Baltimore, Savannah, New Orleáns, La Habana, Santo Domingo, Panamá o Cartagena de Indias. Gracias a una prodigiosa tradición oral que no lograron borrar los infortunios y vejámenes acumulados, se puede reconstruir el recorrido sin nombre desde las márgenes del río Casamance al sur de Senegal hasta las playas del río Palo en Puerto Tejada al norte del Departamento del Cauca de un descendiente de aquellos grupos que sobrevivieron a la hecatombe de la esclavitud, movido por el orgullo atávico y el instinto indómito de lucha que distingue el linaje de lo Mandingos.


Esta es la historia de uno de ellos… ya que muchos de sus antepasados no tuvieron la suerte de dejar testigos para contarla.

Sabas Casarán es un negro inmenso de unos ciento ochenta y cinco centímetros a quien los tiempos no logran doblegar aún, pese a sus ya casi noventa años de edad. De su vitalidad legendaria se tejen toda suerte de historias que él sobrelleva con un humor perfecto, lo cual no le impide mantener viva la incógnita de su secreto mejor guardado.

La nobleza de su raza se percibe en parte por su mundo pleno de elaboradas mitologías y tradiciones tribales y en parte por la señorial dignidad con que ejercita una prodigiosa memoria escondida bajo la piel achocolatada y las canas brillantes a la primera hora de la tarde.

Vive con sobriedad, sin importarle los rasguños del qué dirán, por su fama de hombre acomodado. Los muebles recuerdan viejos robles y nogales de mediados de siglo, en el cuarto de los chécheres cuelga una silla de montar y permanece atracada una canoa de cachimbo que pertenecen al pasado glorioso del Norte del Cauca, cuando la bonanza del cacao.
Las manos gigantescas de tallador de máscaras ceremoniales por un instante me hacen recordar de sus antepasados “nyamkala” africanos.

-“El abuelo de mi abuelo, José Joaquín Casamans ( el apellido se fue transformando con el tiempo) fue comprado en Cuba por el Ingeniero Eastman Gardner quien lo llevó a trabajar en las minas de El Zancudo y Marmato en la Provincia de Antioquia. Eso fue a fines de 1.795- recuerda sin resentimientos- “Posteriormente fue adquirido por Don José María Mosquera, el papá de Tomás Cipriano, y traído a sus minas de oro en las cercanías de Buenos Aires, Cauca”

Sabas humedece los labios y con sus ojos profundos taladra mi asombro por la detallada precisión de su narración.

-“Allí nació nuestra relación con los Mosquera y los Iragorri, con los que terminamos emparentados”- agrega con media sonrisa que no logro definir. En el trasfondo del diálogo me parece escuchar el gutural lamento de un “blue” a la manera de Ella Fitzgerald, porque cada frase pronunciada con su voz grave de barítono retirado, tiene el encanto de una danza ritual y la musicalidad de las palabras guarda aquel mismo tono bajo y enronquecido del inolvidable Louis Armstrong.

-“Mi bisabuelo Leonardo Casaran Golú, fue un liberto que alcanzó a establecer las condiciones para que la familia pudiera vivir con dignidad”-afirma con ademán pausado. Luego hace referencia a valores desconocidos pero vigentes sobre la feroz y titánica lucha que libraron los negros en América. Explica como combatieron los Patinaos del Cauca y los negros de Barlovento en Venezuela a favor de Fernando VII porque los generales españoles les prometían a cambio la abolición de la esclavitud. Mientras le escucho caminamos por los corredores de la casa y desde el fondo del patio, la puerta de la calle entreabierta me permite observar el paso de mujeres esbeltas con turbantes multicolores y collares de fantasía. Siento que África vive aquí en este pueblo de calor sofocante y calles polvorientas, donde vendría mejor una túnica de lino blanco que un estrecho pantalón de dacrón.

-“En 1844 nació en el mismo Buen os Aires, mi abuelo Isidro Casarán. Fue eterno amigo de los negros que “peliaron” en todas esas guerras civiles del siglo pasado. A muchos de ellos los conocí siendo niño y todavía se les sentía el olor a pólvora en los bigotes quemados –refiere con seriedad- “Y a todos esos negros que llegaban de la guerra, los esperaba la explotación de su fuerza de trabajo en el impuesto de terraje que cobraban los grandes hacendados, porque no había selva que descuajase un negro que no tuviera dueño!”

Reviví en la imaginación el “camino de los esclavos” con sus puentes españoles de arcos inverosímiles que enmarcan la autopista que va de miranda a Corinto, Caloto, y Santander de Quilichao, donde envejecen los caserones coloniales de la haciendas de Japio, Pílamo, García Abajo y Quintero, sus cepos erizados de recuerdo infernales, las bateas milenarias y los hornos de fuego donde hervía el sudor de esa raza envilecida por el color de su piel y por razones de la historia.

-“Y así hicimos estos pueblos! Hicimos fincas. Convertimos este norte del Cauca en lo más rico del país y los barcos llegaban a cargar nuestra producción de caco, café, oro y maderas. Así sucedía hasta 1.924 cuando subía el vapor “caldas” hasta San Julián (la Hacienda de), cargaba en Puerto Tejada, Puerto Mallarino y bajaba hasta La Virginia. Era los días martes…”

Sabas se torna nostálgico al evocar la grandeza del pasado, cuando a la bonanza económica del negro se sumaba una gran presencia espiritual.

-“Estuve cinco meses y catorce días en el frente de guerra con el Perú en 1934 y ascendí hasta el grado de Sargento Viceprimero. Me entregaron el puesto de La Tagua y cumplí con mi deber!” – Ahora su voz adquiere un vigor inusitado y sarcástico- “Pero de toda esa lucha y de recorrer a Colombia, llegué a la conclusión de que estamos muy mal repartidos, carajo!!” –Sonrío, porque todo el tiempo le he escuchado vocablos fuertes dichos en un tono respetable que les liman cualquier asomo de vulgaridad-.

-“El negro fue solidario hasta 1940” –afirma de pronto, cuando lo interrogo sobre las perspectivas de su raza y su departamento- “Desde entonces ha deformado sus ideales y valores hasta ver en lo que está convertido hoy. –se refería al último episodio electoral-. “Con raras excepciones del pasado, Natanael Díaz, Alejandro Peña, Marino Viveros, estos muchachos de ahora en su mayoría andan detrás de la alforjas de Sancho Panza!!”

El anciano caudillo guardó silencio largo rato y comprendí que deseaba permanecer a solas. Decidí que ya sería en otra oportunidad cuando le robaría tiempo a su escaso tiempo, para averiguar por el simbolismo mágico escondido en tantos objetos sin nombre que adornaban las paredes de la fresca casa de Puerto tejada, donde me había recibido.

(OCCIDENTE domingo 10 de abril de 1994)
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EL RETORNO DE TIROFIJO


SI CUAJA LA POLITICA DE PAZ DEL ACTUAL GOBIERNO EL COMANDANTE GUERRILLERO MANUEL MARULANDA VELEZ, PEDRO ANTONIO MARIN O “TIRO FIJO”, VENDRIA A CONOCER LOS MEDIOS DE PRODUCCION SOBRE LOS CUALES LE TEORIZARON DURANTE CUARENTA Y CINCO AÑOS DE PEREGRINAR POR LAS SELVAS DE COLOMBIA.



-“Entre ustedes los de la ciudad y nosotros los del campo existe una montaña que nos impide vernos y hablarnos”- insistirá en decir, con el mismo gesto inexpresivo que guardan sus facciones inacabadas de moldear, pese al trabajo inexorable del tiempo.

Introvertido, duro, calculador, malicioso, precavido y sencillo como aún lo siguen siendo los campesinos del Viejo Caldas y Norte del Valle, de Génova y Ceilán donde nació y se crió, Pedro Antonio Marín, el Comandante Manuel, Jefe de Jefes de Estado Mayor de las FARC, regresará a la civilización tras su largo periplo de casi medio siglo de guerrear contra el Estado Colombiano.

-“La guerra es otra forma de hacer política”- confesó con serena convicción a Arturo Alape, quien aprovechó los escasos respiros de la última tregua para continuar su intermitente reportaje de dos décadas condensado en sendos libros de obligada relectura por éstas épocas.

-“Quiero ver cómo es eso de los medios de producción”- agregó, hablando sin odio, sin más retaliación que la amargura que rezuma el sobrevivir a una lucha tenaz, solitaria y alucinante que ya casi cumple cincuenta años. Lo dijo el mismo hombre que ha movido a centenares para destruirlos, en una hoguera que se extendió a lo largo y ancho de un país que asistió atónito a esa descomunal confrontación entre el rencor y el olvido.

Para cuando la paz se aclimate, cuando el proceso cobre su propio impulso vital, el Alto Comisionado para la Paz, antes que mencionar justicia, reparación y verdad, dará sus pasos con la lúcida visión conque escribió Dante:

-“Debemos evitar disgustos a Dios y también a los enemigos de Dios”-

Seremos los testigos excepcionales de un hecho histórico que volverá añicos la vieja tabla de valores con que se manejó la guerra civil no declarada que padece Colombia desde los albores del siglo XX; un jefe guerrillero que se envejeció soñando con un mundo diferente de éste mundo, que figurará en la hoja sepia del libro de records de la intolerancia humana, como el más veterano y también como el último en enterarse que luchaba en un país diferente del forjado por él en los rescoldos de sus sueños.

Mientras recorran los altos hornos de las siderúrgicas, la línea sin fin de grandes textileras, la industria manufacturera, cervecera, metalmecánica, farmacéutica, petroquímica, en fin, cuando sus ojos brillantes aún pese al halo senil que ha empezado a cercarlos descubran la dinámica con que se mueve Colombia hoy, la poderosa combustión ideológica que mueve la juventud universitaria, la pujanza y coraje con que la mujer ha asumido su papel en las relaciones de productividad y compruebe las dimensiones que ha adquirido su autonomía espiritual, el Comandante Marulanda se dará cuenta que nada de esto se parece a las quebradas tumultuosas del cañón del río Duda, la húmeda sofocante atracción de las selvas del Guayabero o la taciturna soledad imantada de presagios del Páramo de Sumapaz.

La contaminación del medio ambiente en zonas como Yumbo o Bosa, se le antojará más asfixiante que la neblina del Páramo de Las Hermosas o el de Santo domingo, o de las madrugadas en el Orteguaza. El arrume de toneladas de cemento le recordará cuanto tardó en aceptar que ese mineral era una peligrosa arma estratégica que ayudaría a escalar la guerra a niveles inimaginados, convirtiéndola en una despiadada lucha de carteles. Eso mismo le había permitido comprobar que la moral de los Gringos era tan laxa que para ellos el narcotráfico era tan solo el mejor pretexto para mantener su bota asentada en la conducción de la misma guerra. Eso mismo le había limado los iniciales prejuicios con que miraba el ingreso de la Guerrilla en el negocio de las drogas. Se sentía emparejado en ese juego de doble moral.. Sin embargo, nada le impedirá concluir con su habitual suspicacia:

-“Ahora tenemos que bregar es por llevar la gente otra vez pal monte Yo conozco mucha montaña buena pa la agricultura, porque con tanto trabajador ocupado aquí, quién se va a encargar de producir la comida

?”-

Sorprendido en descampado por una persecución inmisericorde de fotógrafos, camarógrafos, periodistas de todos los medios del mundo entero, deslumbrado por los fogonazos de los luminotécnicos será ametrallado sin piedad por las preguntas de los reporteros, él, con quien era casi imposible hablar. Y ni siquiera la claque de asesores que le proporcione el Partido lo podrá absolver de las dificultades para sobrevivir a las emboscadas de los curiosos, ni a los cercos tendidos por las viudas inconsolables que anegarán la tierra pidiendo justicia. Tropas de asalto de los reinsertados le entregarán sus memoriales de ayer, hoy y siempre. Miles de hombres y mujeres le preguntarán por sus hijos que murieron en las emboscadas que se hicieron en su nombre, y así, entre las cenizas del tiempo se reencontrará con el fantasma de un pasado perdido entre los recovecos del desamor.

¿Cuántos exministros de Defensa saldrán a su reencuentro? Con cuántos reconstruirá el hilo roto de una amistad que jamás existió pese a la mutua admiración que mantuvieron y que el magma de la guerra convirtió en un odio sin límite?

-“Leí sus libros!”- comentará a los herederos de los generales Matallana, Landazabal y Carreño.

-“Fue la mejor forma que encontré pa poder sobrevivir en esa pelea que teníamos casada”-

-“De los libros que se han escrito sobre mi vida –confesará en privado a sus allegados- hay uno que me tiene preocupado. Lo leí en los originales que escribió un estudiante de la Universidad del Cauca. Creo que se titula “HUBO UNA VEZ UN COMANDANTE EN TRES ESQUINAS” y se refiere a lo que me sucedería a partir del momento en que saliera de la selva pa firmar la paz. Es un libro jodido.”-

Y al final del bullicio, por entre las hendijas de la soledad, cuando deje de ser noticia, hablará sin sonrojos de sus obsesiones por el miedo de las derrotas y de los fracasos, de sus dudas permanentes, de la incertidumbre que lo agobia siempre, de las angustias incontables y meses interminables de desesperación, haciendo cuentas de los muertos con que tiene que cargar desde hace medio siglo.





Será entonces cuando reafirme sin sonrojos que lo devuelvan a sus selvas:

-“Lo mío es el monte. Allá vuelvo pa ahora sí morirme un día de estos…aunque sea de muerte natural!”-

(Censurado por “OCCIDENTE” de Cali en nov. 17 de 1994)
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Alvaro Pío Valencia o la entrañable responsabilidad de ser


“La noche del 27 de enero de 1965 me encontraba en el Palacio de San Carlos, cuando llegó el alto mando a entrevistarse con el Presidente de la República –evoca sonriente su hermano Álvaro Pío, 29 años después- Guillermo en esa ocasión, dio una demostración de serenidad y habilidad increíbles. Esa noche habían explotado varias bombas en las cercanías del Palacio y la situación había adquirido una peligrosa carga dramática”.-De pronto le dijo a los generales que le informaban de la inquietud que recorría el país:

“¡Señores: a mí no me asustan las bombas! Les puedo asegurar que el compromiso adquirido con el pueblo que me eligió lo cumpliré al pié de la letra. De tal manera que de aquí me sacan pero muerto!!”

De inmediato le pasó la carta de renuncia al general Alberto Ruiz Noboa para que la firmase, quien pálido y ceñudo no alcanzaba a percibir que detrás de las cortinas en el cuarto de al lado, el general Gabriel Rebéiz Pizarro se aprestaba para tomar el juramento como nuevo Ministro de Guerra…De inmediato, Guillermo le ordenó al General Rebéiz:

“¡Hágase reconocer de las tropas y cumpla usted con su deber!!”

Álvaro Pío guarda una anécdota para cada circunstancia, por lo que disfruta a plenitud el placer infinito de adobar los acontecimientos apilonados en su memoria de prodigio, dando alegres saltos en las épocas con la misma pasmosa habilidad con que su padre entretejía sus versos. Hay mucho en él de aquel famoso Palemón el estilita que redivive en su diario peregrinar de asceta en pié sobre las columnas que soportan la casa paterna y mantienen su fulgor recóndito y sinigual. Sin embargo su personalidad descomplicada y familiar que lo han convertido, a decir de Diego Tobar, en parte del inventario turístico de Popayán, es apenas el rezago de una profunda formación filosófica de profesor universitario, la cual lo hizo renunciar desde muy joven a las oropéndolas de la estirpe heredada y correr el riesgo de asumir revolucionarias posiciones de vanguardia política. Aquella gerontocracia caudillista que hizo del Cauca su refugio predilecto ha aprendido a aquilatar su sinceridad ideológica y la erudición fascinante con que expone sus más elementales conceptos. Lo repite sin atenuantes:
-“Van a terminar desintegrando el departamento. Los actuales dirigentes no han comprendido que ya no representan a nadie, que perdieron el contacto con el pueblo y lo que es peor, dejaron romper el hilo de unidad del cual depende la supervivencia misma de todo esto!”

Alvaro Pío no necesita hurgar en el pasado para darse cuenta que al paso que va el Cauca, el proceso disolvente que se ha apoderado de las provincias abandonadas a su suerte, cobrará costos tan elevados como cuando a comienzos del siglo XX el General Reyes le cercenaba los territorios más valiosos que habían hecho su grandeza.

“Los Caucanos no quisieron a mi padre” –asegura de pronto, sin esbozar el más leve asomo de resentimiento- “En parte porque no lo entendían y en parte porque no quisieron apoyarlo”. Evocamos entonces aquellas batallas políticas que condujo sin éxito el joven poeta Guillermo Valencia en 1918, cuando pese a recibir el apoyo de jóvenes audaces como Laureano Gómez, Eduardo Santos, Alfonso López Pumarejo el expresidente Ramón González Valencia, fue derrotado por el respetable lingüista Don Marco Fidel Suárez. O aquel mordaz y áspero enfrentamiento con el general Alfredo Vásquez Cobo en 1930 que permitió el retorno del Liberalismo al poder de la mano de Enrique Olaya Herrera:

-“De la primera campaña me queda el recuerdo borroso de un queso envenenado que le enviaron sus enemigos políticos” –anota a vuelapluma- “Tenía cianuro como para matar diez caballos le dijo el médico Quijano Wallis, quien examinó el regalo. De la segunda, lo mejor fue el regreso de mi padre a la familia”.

Coincidimos entonces en la historia de su abuelo, escrita alguna vez por su padre refiriéndose al carácter de la ciudad: “Don Quijote vino a morir a Popayán”. De hecho toda la vida del Maestro Valencia dedicada al estudio del latín, hebreo, francés, ruso, chino e inglés constituyeron una verdadera quijotada, sobretodo después de representar a Colombia en Paris, Berna y Berlín.

Alvaro Pío mantiene el tono suave y musical de un verso alejandrino, la erudición renacentista y la moderna concepción del mundo, en un mágico contraste con el volcánico y montaraz estilo que tuvo en vida su hermano el expresidente Guillermo León Valencia:

-“Guillermo tenía una sensibilidad social muy profunda –agrega, mientras rebujamos en el surtido anecdotario de su hermano- Llegó al gobierno con el respaldo de los mismos Antioqueños que se lo habían negado a mi padre 44 años antes y por sobre los resquemores de Laureano quien logró frenar su ascenso en 1958”-.

La conversación adquiere entonces la agradable fascinación de los recuerdos y le cito el epitafio futuro que le escribiera Ciro Mendía al expresidente, varios años antes de su muerte:

“Yace bajo estas desoladas peñas
ya sin bigote, golondrina ausente-
el que fue de Colombia presidente
de la Casa Valencia por más señas.

Cazador y burócrata, en sus breñas
Cobró piezas de pelo reluciente
Hizo un gobierno pálido, indigente
De pereza y de prácticas pequeñas.

Eso fue apenas. Deja aquí vencido
Oh caminante fiel, al bien caído
Rector soberbio. Que si torna al paño

Y le da por discursos y decretos,
A la patria pone en mil aprietos.
Rézale! Que dormido no hace daño”

Hemos reído de las siempre bien recordadas andanzas del segundo presidente del Frente Nacional, como cuando el joven político conservador debió responder a la eminente figura de Luis López de Mesa en la Cámara de Representante, quien le dijo que llevaba 45 años de reflexión, estudios y presencia en la vida nacional, a lo cual Valencia replicó certera y escuetamente:

-“Ahora me doy cuenta que la sabiduría es la carrera más larga para llegar al error!”

O aquella tragicómica que acaeciera durante un fragoroso debate de Partido, cuando el senador Cordobés Benjamín Burgos Puche se quejaba del prolongado discurso y el “estilo greco caldense” del senador Fernando Londoño y Londoño, ante lo cual Guillermo León, lapidario e implacable interpeló:

-“Señor Presidente del Senado, a mi me parece que para la historia y el prestigio del Senado, es más importante escuchar el discurso de estilo greco caldense del Senador Londoño y Londoño y no el estilo “romosinuano” del Senador Burgos Puche!!”

Fue muy grato encontrar en Alvaro Pío el humor sabio con que deja pasar los años sin apenas importarle que el pertenecer a la Casa Valencia, le ha cargado de responsabilidades con el pasado y el futuro de la castiza comarca.

(Publicado en OCCIDENTE mayo 15 de 1994)
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La secreta historia de Aleja Reyes


Bajo un sol alucinante que centellea a lo largo del hilo asfáltico uno encuentra la vieja casona de Aleja Reyes en un recodo de paz a mitad de camino entre Jamundí y las colinas de Robles. Es verdaderamente refrescante la sensación de percibir como logra sobrevivir el tiempo sin transcurso y los recuerdos de una maravillosa mujer de campo, de aquellas con el aire absorto de las mujeres de antaño y la humildad altiva de quien aprendió a descascarar las nueces de la vida.

En su anecdotario guarda con placer los alijos de lo cotidiano bajo una sonrisa exenta de prejuicios:
-“A uno de nuestros clientes, las muchachas lo llaman “el dietético” –recordó con humor libre de sarcasmos- porque como sabe que aquí vendemos sancocho de gallina, trae en bolsas de plástico perniles de pollo. Entra hasta la cocina y pide que le preparemos su plato, pero eso sí insiste con la yuca, el plátano y el caldo con que se prepara el resto de la comida! Yo no sé si así le sirva la dieta –agrega riendo- pero aquí le damos gusto y siempre vuelve!”

Observo sus manos callosas que resuman cierta nostalgia de jazz y cantos negros.
-“Aquí es como la casa de todos –señala feliz- y por supuesto que sucede de todo. Como en cualquier parte… una vez fue el hombre que llegó con una señorita muy distinguida y de pronto:¡tomó su rabadilla y se fue corriendo finca adentro! Yo le pregunté a las muchachas, bueno, y qué fue que pasó? Pues que había llegado la esposa y otros familiares a almorzar! ¡Imagínese!”. Su risa es sincera y brillante como la chispa de sus ojos.

-“En otra oportunidad llegaron dos señoras muy encopetadas en un Renault 4. Una de ellas hizo un comentario no muy amable sobre el comedor…No…que esto es como ir a comer al Cottolengo…Bueno, en fin…-refiriéndose al rústico de sus mesas y bancas de madera que fortalecen el sabor a fonda campesina del restaurante- y da la casualidad que cuando ya se iban, se aparece Norberto (el famoso estilista capitalino) en su reluciente Mercedes Benz gritando como siempre:
-“Aleja, mija…ya llegamos!! ¿Qué hay para comer?”- Nooo pues…todos soltamos la carcajada ante la cara que pusieron las señoras del cuento!”

Aleja habla imperturbable de los acontecimientos más insólitos con una tímida confianza depositada en mi discreción, sobre hechos que anidan hace cuarenta años en su memoria. Tras los lentes que no le han impedido ver la otra cara de la existencia, esconde una aguda filosofía sobre las bondades de la vida:
-“Mi Diosito es demasiado bueno!” –dice como razonando para sí-

Su conversación tiene el mismo encanto y el sabor legendario de sus sancochos, porque en ella se confunde la fantasía de la realidad con el mágico devenir de la vida diaria. Bajo la sombra de árboles gigantescos donde sobrevive la quimera de unos cuantos azulejos, vive desgranando los días con una fruición y una placidez sin límites, quizá porque con el paso de los años uno termina dándose cuenta que el enigma más profundo que llevamos con nosotros termina siendo de la sencillez más diáfana:
-“El secreto de la felicidad no está en hacer lo que se quiere, sino en amar lo que se hace!”

Políticos brillantes como Cornelio Reyes y Balcázar Monzón, Carlos Colmes Trujillo y Rodrigo Lloreda, Raúl Orejuela Bueno y Carlos Holguín Sardi, han coincidido en el restaurante de Aleja Reyes porque seguramente es uno de esos rincones donde la soledad y el silencio no demandan palabras o se puede hurgar en los recovecos del sentido común para recomenzar de nuevo. Periodistas y locutores, artistas y orates de cuello blanco han sucumbido al sortilegio del cimarrón y el humillo de cielo que emana el “sancocho de astilla” de Jamundí.

Artistas de paso por el Valle, deportistas de fama y personajes de renombre han hecho “cola” después de una tarde de toros, para pedir mollejas o patas de “adelanto”, mientras maduran la almendra de un guayabo liberado del complejo de culpa.




Por todo ello Aleja Reyes rebruja con deleite en el pasado y vuelve las páginas de la memoria como si paladeara el bouquet de un vino de conserva.
-“Hace años, cuando apenas estaban pensando en construir la represa de La Salvajina, vinieron unos japoneses a almorzar. Y lo que les llamó la atención fue el palo de totumo del patio. Le tomaban fotos por toda parte y se retrataban entre ellos. Yo en la cocina rezaba para que no les fuera a caer un totumo en la cabeza, ya que ese palo es de los más chistoso!!
Una vez un señor dejó un radio transistor sobre el capó de un carro. Le cayó un totumo encima, dañó el radio y hasta hundió el capó. ¡Imagines lo que yo sufrí con los Japoneses!” De ahí que los fines de semana mi esposo se mantiene al corte para que los visitantes no cuadren los carros debajo del bendito totumo!!”

(Publicado en “OCCIDENTE” el 20.03.2007)
 
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