jueves, 8 de enero de 2009

LA SANGRE DE DAVID (FRAGMENTO II)



- Comprendo cuánto debió costarte disparar a un hombre por primera vez -dijo exhalando el humo del Kent.

- Fue como dispararme a mí mismo -respondió Remi tomándose el rostro con las manos.

Ocupaban las sillas de mimbre esparcidas en el corredor posterior de la quinta. Cerca de allí el rumor casi perdido de la quebrada, continuaba su rumbo rodeando los ramilletes de bambúes amarillos, refrescando la noche.

- Para mí fue como un alivio. Temía que el arma no hiciera fuego; que yo misma no fuera capaz de hacerla funcionar. Era una pistola Astra Cub de 6.35 mm con cachas de plástico de las fabricadas en Guernica y comprada por mi padre a algún turista vasco en Jerusalén. Los vascos, los eslavos y los árabes siempre nos hemos entendido. Somos solidarios, quizá porque nos reúne el mismo sino trágico de la existencia. Nos identifica además la misma tendencia absurda a dividirnos porque amamos tanto la libertad que terminamos convertidos en anarquistas por naturaleza. Y bien – continuó - En aquella época vivíamos en Lidda. A comienzos del año cincuenta. Hacía dos años de la guerra. Los judíos invadieron como langostas a Palestina. Llegaban de todas partes del mundo y en todo tipo de vehículos, preparando lo que después sería la más repugnante carnicería de nuestra gente. Mis padres habían perdido su pequeña parcela en las afueras de Lidda para dar paso a una de los incontables kibbutz de judíos, quienes comenzaron por cambiar el nombre de nuestra ciudad por el de Lod, como aparece hoy en los mapas de Israel; miles de nuestros refugiados que fueran desplazados a punta de fusil de sus tierras ya hacían parte de uno de los grupos de expatriados que clamaban venganza desde los campamentos en Jordania, Siria y Líbano. Para mis hermanos y para mí que entonces contaba con siete años de edad, era apenas un motivo de curiosidad el descubrir que nosotros permanecíamos en nuestra casa del centro y que el almacén de abarrotes de mi padre había sobrevivido a la hecatombe. Miles sucumbieron a los bombardeos o al desalojo violento que hacían los terroristas del Irgun israelí, el más cruel de todos los grupos terroristas que he conocido. Algunos sobrevivientes, aquellas pocas personas de Lidda que habían logrado a fuerza de súplicas o sobornos permanecer, así fuera temporalmente en sus hogares, nos miraban con recelo y en el fondo, con un odio explicable ante la frialdad con que mi padre permanecía en su negocio.

- Alguna noche, mientras dormía en el cuarto cercano a la tienda, me despertó una agria discusión en la cual mi padre era severamente enjuiciado por tres de sus antiguos amigos. Le gritaban cosas horribles como:

- “Sionista! Sionista! Has vendido tu sangre! Has traicionado a tu raza! Eres otro judío! Perro judío! Que Alá maldiga tu descendencia!”.

- Yo espiaba, aterrorizada, sin poder gritar. Observé como el miedo se apoderó de mi padre quien suplicaba que no lo mataran, que todo lo había hecho por sus hijos aún pequeños, que gustoso contribuiría en el financiamiento de la “riyad”. Pero los asesinos no esperaron a que terminara sus ruegos sino que le apuñalaron en el abdomen. Busqué bajo su almohada hasta descubrir la pistola que afortunadamente estaba cargada, pues aunque había observado como disparaba en varias oportunidades y sabía con certeza que debía bajar la palanquita del seguro y halar la corredera hacia atrás, aún me sentía incapaz de introducir el cargador en la recámara. Me subí hasta un asiento que permanecía junto al cajón del dinero desde donde mi padre dirigía sus ventas y chillé con todas las fuerzas que pude reunir:

- “Déjenlo!”

- Para ese entonces mi padre gemía moribundo y lo estaban levantando para robar el dinero que cargaba adherido a su piel. Me miraron con sorpresa y uno se dirigió hacia donde yo estaba, gritándome que le entregara el arma. Yo pedía con todas las fuerzas de mi alma que la pistola disparara…pero no fue hasta encontrarme con los ojos de rabia con que aquel hombre se me acercaba, que pude oprimir el gatillo! No me asustó el estruendo que hizo el disparo sino el grito que emitió al desplomarse herido de muerte, no sé en qué parte, porque al instante los demás huyeron sorprendidos por el resto de disparos que salían del arma sin control en mis manos… Mi padre murió unas pocas horas después en el hospital de Jerusalén y yo fui conducida hacia una tierra que aceptó ser mi nueva patria: un campamento de refugiados en la margen derecha del Jordán. De ello ya han transcurrido cerca de veintiocho años y como puedes ver el bautizo con que fui iniciada en la lucha no pudo ser peor. Así fue como crecí en esa ambivalencia: una secreta seducción y desprecio por las armas y un odio feroz por los judíos.

Leyla hizo una pausa. Se había agitado con los recuerdos. Un tenue brillo de sudor perlaba sus sienes. Había encendido un nuevo cigarrillo que aspiraba con fruición. Remi sirvió una cerveza para acompañar su relato, se hundió en la silla y siguió aquella confesión con serena complacencia, disfrutando a plenitud el puente de intimidad establecido entre ellos. Era una oportunidad inigualable de conocer la mujer que se escudaba con frecuencia tras los lentes ahumados, en la rigidez de su postura política y militar, y la intransigencia sólida con que mantenía la disciplina interna.

- Mi infancia estuvo oscilando entre la justicia de ese disparo, hecho para defender a mi padre, y el reconocimiento de su carácter reaccionario -_continuó Leyla-. Sin embargo, al recordar las redadas que efectuaban los soldados israelíes de Ben Gurion y aquella loba del desierto que fuera Golda Meir, su aparición repentina esculcando, destruyendo todo y amedrentando con sus fusiles a mis hermanos de raza, fue despertando en mí una clara conciencia de cuál sería mi destino final.

- Qué sucedió después? - inquirió Remi con genuino interés.

- Bueno, nos trasladamos a Gaza y conocí el mar. Pero lo primero que aprendí en el campo de refugiados, era que no tenía patria. Los niños en esos territorios crecemos mirando con rabia a nuestro derredor. Pese a la hospitalidad con que fuéramos recibidos, éramos unos extraños en nuestra propia tierra, y las personas que la ocupaban, aquella gente que en nombre de la justicia nos había echado, eran nuestros enemigos. Y los enemigos eran los judíos.. …

Había un aire de ilusiones infelices que a Remi se le antojaron barnizadas de aquel tufillo milonguero de los arrabales que exhalaban los tangos a los que era tan adicto. La sintió arrastrarse entre espinas, herida en el alma por el mundo de dolor y traiciones al que había sobrevivido. Y entonces comprendió por qué a Leyla le era tan difícil amar. Cuál era el peso de aquel fardo inasible que nada parecía importar al mundo. Sintió que una ternura sublime le erizaba la piel, pese a que era inevitable sentir, con cada palabra que pronunciaba, que tal vez jamás lograría ser el único dueño de su ser.

- El planeta jamás comprenderá cuántas infamias cometieron los judíos con nuestro pueblo. Cómo trataron de exterminar nuestra cultura; cómo intentaron doblegar nuestra dignidad y todo vestigio árabe que sobreviviera a su paso por nuestras casas y calles. Inventaban asaltos para justificar los bombardeos que siguieron haciendo hasta hoy, y el mundo occidental, presa del complejo de culpa que heredaron del fascismo y el nazismo, consumidor masivo de las noticias que ellos producen en sus UPI y demás agencias internacionales de noticias, sigue rindiendo culto a los débiles de siempre, los “mártires de la historia”!- El desalojo de los diez mil habitantes de Lidda en 1948, su destierro y el genocidio de miles de ellos, es uno entre los centenares de crímenes de lesa humanidad que ha cometido Israel contra nuestro pueblo. Deberías conocer las memorias de George Habash, quien nació allí y pudo ver con sus propios ojos esta ignominia y sin embargo han vendido al mundo la imagen de que es “el médico de la muerte”, por su postura indeclinable contra el sionismo!””

Leyla había subido el tono de voz. Parecía que de su interior brotaba un coro de danzas milenarias, de dátiles y flautas mágicas, incubadas con la fuerza del sol en las perdidas y lejanas dunas donde su resplandor y la arena tenían su propia lengua de fuego. Ahora, los finos rasgos de aquella cálida feminidad exhumaban un coraje que le hacía temblar la barbilla, humedecida por el sudor

- Durante mis estudios secundarios en Amman, ocurría que los estudiantes de origen palestino éramos vistos con igual desdén. Los árabes muy pronto olvidaron que tenemos un destino común, porque aquí y allá, los parientes pobres permanecíamos distanciados, hacinados en una especie de ghetto, hecho más para espiar nuestras actividades que para apoyar nuestra causa. Una turba de “alacranes”, -así los llamábamos- mantenía un ambiente hostil contra nosotros. Era una guerra subterránea que nos acosaba, haciéndonos la vida imposible. Mis hermanos eran militantes activos de un grupo proletario juvenil, que con los años se convertiría en Al Fatah, a pesar de que mi padre había logrado guardar una modesta fortuna en El Cairo, a la cual solo podríamos acceder con la mayoría de edad. Pero es que para nosotros, la lucha era y sigue siendo una necesidad vital, una guerra de liberación nacional!

- A finales de julio del cincuenta y uno se produjo el asesinato de Abdullah, padre de Hussein, y aquel grupo del cual hacían parte, fue de alguna manera involucrado en el atentado, ya te puedes imaginar por quiénes. Atartuk el mayor, fue asesinado por un comando militar, mientras participaba en aquellas reuniones que buscaban organizar la resistencia y dirigir los primeros brotes de insurgencia palestina contra la ocupación judía. Solo con los años los jordanos, y en cabeza del propio Hussein, comprendieron que a los únicos que podía beneficiar el asesinato de Abdullah era a los judíos…y claro a los americanos.

Repasaba en su memoria aquella historia triste y lacerante con un dejo de amargura inevitable. Su voz era un hilo, tensado a veces por los sentimientos infundidos, que unía los hechos en un tejido denso, hiriente, entrañable. De pronto el relato adquiría el tono histriónico de una perorata, cuando hacía mención a las injusticias soportadas, los éxitos aparentes, las derrotas reales. Entonces encendía un nuevo cigarrillo, miraba más allá de las sombras, hurgando en una soledad tan cercana como su propia soledad y dejaba que el sentido común, curtido por los años, mostrara sin sonrojos las cicatrices escondidas.

- Lo demás es historia reciente. Lo viviste en nuestro primer viaje a Beirut agregó-. La Universidad, la organización de la rama Libanesa de la OLP en mayo del sesenta y cuatro… mis primeros ingresos a la cárcel en Beirut por pedreas a la embajada americana… en fin… Estuve bastante desorientada política y militarmente hasta cuando conocí a George Habash, su esposa Hilda con quien formamos el FPLP en compañía de Waddied Haddad y un grupo de rebeldes ante la pusilanimidad de Arafat y su gente. Dejamos de botar corriente con el cuento de la República Árabe Unida, donde se encontraban los intereses más contradictorios e insólitos que te puedas imaginar y desde entonces nos declaramos marxistas leninistas. ¡Soñábamos con una guerra inmediata! Queríamos estar en la vanguardia de la recuperación de nuestra tierra! Y George canalizó toda nuestra impetuosidad dándonos el entrenamiento militar que pedíamos. La oportunidad de efectuar las primeras incursiones en territorio enemigo. “Jugábamos al héroe!!”-

Remi sonrió. Para un latinoamericano de hoy, las noticias de los genocidios colectivos, las masacres de pueblos enteros como Sabra y Chatila, las hecatombes en que sucumben centenares de seres distantes, apenas tienen un interés anecdótico. Y sonrió con amargura al comprender el enorme poder alienante de las noticias perdidas en la página internacional de los periódicos. Aquellos recuentos escuetos de un drama diario que centuplica el dolor de las penas locales. Unas angustias tan pequeñas comparadas con el dolor sin límites que padecía aquel pueblo hermano del otro lado del mar…

En su mirada brilló una vez más el resplandor de la amarilla turbulencia del Jordán, el río eterno de los semitas, tan exacta a la del río Palo, el pobre río de los camitas, cuando transita frente a Puerto Tejada, agonizantes ambos, envenenados por la misma infamante, apocalíptica contaminación; putrefactos, moribundos. Habitados por la misma clase explotada inmisericordemente por los judíos. Porque ahora ellos estaban aquí, utilizando todos los recursos a su alcance para alimentar el poder que esgrimían al otro extremo de la tierra.

- ¿Cómo pudimos demorarnos tanto en descubrirlo? –se escuchó preguntar sobresaltado- ¡Israel es un fenómeno colonialista; el colonialismo es un fenómeno imperialista!! –reafirmó- Demoré varios días con la idea en la cabeza, buscando cómo presentarlo a nuestro pueblo de manera que le fuera asequible! Y mira en lo que estamos!...

- No te extrañe. Yo misma, que he soportado toda la vida el peso del imperialismo judío, demoré treinta años en aceptar que la guerra contra Israel debía cambiar de escenario. Fuera de obtener las ventajas de la internacionalización logrando un apoyo efectivo en el resto del mundo, supe que jamás triunfaríamos si no golpeábamos a los sionistas en sus fuentes de abastecimiento dispersas en el mundo occidental y además arrebatarles la aureola de víctimas con que estampan su imagen en el mundo. Nosotros también amamos la vida! ¿No imaginan cuánto nos duele el sacrificio de uno de nuestros mártires, adolescentes aún, cuando se inmola para llamar la atención del mundo por nuestro derecho a una patria igualmente libre?... Por supuesto que cuando fuimos enviados a coordinar la lucha en el Frente sur de América, que parecía ser el menos difícil, no imaginábamos el impresionante poderío de las inversiones judías en cada país latinoamericano…Sabíamos que dominaban la economía de los Estados Unidos donde sería más difícil actuar. Pero fíjate, en Colombia su dominio se extiende del comercio a la Bolsa de valores, monopolizan el papel, las artes plásticas y tipográficas, incluyendo el mercado nacional de libros, la industria azucarera les pertenece, las fábricas de equipos electrónicos y los grandes hipermercados del sector de la construcción son de su propiedad, el contrabando de joyas, oro, esmeraldas…los derivados del petróleo y hasta el comercio clandestino de armas!!


- Y eso que no has mencionado los Fondos de Inversión, las Corporaciones de Ahorro y Vivienda, y hasta parte de Empresas Promotoras de Salud…mejor dicho, son los dueños de la especulación legalmente organizada! -masculló con rabia Remi.

Mientras continuaban haciendo el balance de sus propias convicciones se acercaba la hora crucial de abandonar el refugio para contactar con Farid y Addla, la instructora de base que hacía los estudios socioeconómicos en el norte del Cauca. Les esperaba la más dura prueba hasta entonces: desencadenar la primera invasión de tierras por más de ocho mil trabajadores de la industria azucarera en Puerto Tejada, el pueblo escogido por Dios para padecer la más degradante descomposición social en beneficio de los intereses de la Sociedad Hebrea, representada por Moshe Rabinovich. De las escaramuzas iniciales a la guerra frontal. Esa era la consigna!

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